Graciosa es siempre esa actitud de pérdida del norte y hasta
del buen gusto, en aquellas personas que tras estar acostumbradas a transitar
por el valle tortuoso de las cornadas que da la vida, ésta, casi como por arte del
birlibirloque, hace mudanza en su costumbre virando hacia la más áurea de las
dichas. Quizá no nos acordemos ya tanto de aquellos nuevos ricos que, tras el boom
del ladrillo, pulularon por nuestra geografía desfilando en fastuosos coches provistos
de más extras que los utilizados en la escena del funeral de la película Gandhi, o de aquellos que construyeron
palacios repletos de innumerables habitaciones vacías de sentimientos y llenas
de deudas al por mayor, o de aquellos otros que a la hora de pagar, si es que
lo hacían, mostraban “fajazo” de billetes al canto en un acto de poderío sin
parangón. La pérdida del llamado “buen gusto” en ellos se demostraba en el hecho
de la falta de costumbre a la constante posesión del vil metal entre sus manos.
Tanto tuvieron, con tanta mala arte lo crearon y en tan breve espacio de tiempo
lo amasaron, que en cuatro días se lo fundieron.
Para este tipo de actitud me vale el ejemplo de aquel
momento inmortal de un episodio de los Simpson –sé que los que me conocéis,
ahora os estaréis preguntando cómo he tardado tanto tiempo en hacer una
intertextualidad a un momento de tan gran serie de animación en mi blog…– en el
que Moe Szyslak, perpetuo corazón solitario y desafortunado en los amores,
encuentra una señorita con la que compartir su día a día. El amor llega a la
taberna del bueno de Moe, y en su falta de costumbre en el arte del amor decide
encandilar a la joven con joyas y viajes; llegando incluso a, en un arrebato por
agasajarla con la mayor exclusividad conocida, invitarla a cenar pidiéndole como
ágape al garçon (el restaurante es de postín) que les sirva el mejor plato
relleno del segundo mejor plato, o sea: langosta rellena de tacos. Actitudes
absurdas, pero que reflejan la falta de educación en la gestión responsable de la
riqueza y de los sentimientos a los que uno se encuentra poco acostumbrado. Pero
no seré yo el que sancione su actitud, lo malos que fueron o lo rápido que lo
malgastaron; como liberal convencido siempre he sido de la opinión de que todo
aquel que se funde una fortuna, ya sea quemándola, está en su libertad de
elegir lo que quiere hacer con su riqueza personal y con su futuro. El problema
surge cuando el dinero no es de origen privado, no es fruto del azar ni de la
burbuja creada para tal efecto; sino que se trata del dinero de todos aquellos
que, religiosamente, pagamos nuestros impuestos para sostener todo el entramado
social que da lugar al bienestar de nuestra nación. Me refiero concretamente al
dinero público en esencia, y no en potencia (al dinero defraudado a Hacienda ya
me referiré en otro momento), ese dinero que sale de las arcas públicas
presupuestado en partidas destinadas a cuestiones diversas, ese mismo que fue contemplado
por muchos como dinero sin dueño, por el simple hecho de tratarse de dinero
público, ese mismo, en definitiva, que ha demostrado haber sido saqueado
por sus destinatarios en una maniobra de alta ingeniería financiera para almacenarlo
bien calentito bajo sus huecos colchones.
Ahora bien, lo que sí que pasaré a criticar es la actitud
que, día tras día y gracias a la labor de investigación de jueces, fuerzas y
cuerpos de seguridad del Estado y periodistas independientes, han demostrado
haber llevado a cabo aquellos que llenaron sus arcas a golpe de subvención para
alcanzar la paz social y lograr ese silencio de la calle tan necesario para aquel
gobierno, que conocedor del hundimiento económico, irresponsablemente no hizo
nada para atajarlo. Aquellos que en connivencia con la mentira, justificaron el
gasto de los fondos públicos “cocinando a la carta” facturas de langostinos, esos
mismos que justificaron las copas y el picoteo de la Feria de Abril como “trabajo”,
estos mismos que hoy se demuestra que exportaron su negocio de formación a países
de Centroamérica para cargarle a la Junta de Andalucía viajes de placer,
alcohol, mariscadas… ¡y hasta mariachis! con el fin de fomentar la «Integración
y Fortalecimiento Sindical en Centroamérica y El Caribe». Una suntuosa joya pagada con el
dinero de aquel parado que espera en la cola de la oficina de empleo más cercana.
No hay comentarios:
Publicar un comentario