Confieso que me fascina la velocidad a la que se ruborizan ciertos
rostros. A qué nivel de indignación pueden llegar a apretar ciertos puños. O en
cuántas miríadas de jirones rasgan sus simbólicas vestiduras muchos de los que
sin ser expertos en materia educativa, y no estar ni de cerca emparentados con
ella ni con los quehaceres diarios que dicho trabajo precisa, son capaces de
opinar sobre el tema, cada vez que al cumplirse el tercer año se hacen públicos
los resultados de las pruebas PISA que la OCDE se encarga de realizar a
estudiantes de 15 años y que sirven para comprobar el nivel educativo de los países
que pertenecen a la citada organización. Es verdad que es de sobra conocido que
en nuestro país, aficionados desde tiempo remoto a ese gusto por el ágora y el
dictamen, cual modernos cicerones. Cualquiera con una mínima capacidad de
elocuencia y don de gentes, es capaz de hacerle ver a esa masa ávida de fervor,
que el asno al que acaba de incrustar la flauta en el hocico, con cada musical rebuzno,
se halla a la altura del virtuosismo más absoluto. Podemos ver entonces, como
incluso apoyados en la barra del bar más cercano son capaces de hacer un alto
en su carajillo mañanero, apartar el fútbol o el chanchullo del curro por unos
instantes, para dedicarle unas áureas palabras -mirada de soslayo y guiño
al respetable incluido, ellos se lo pueden permitir- a esos problemas que
atañen al presente y futuro de la Educación.
Entonces, cual altos miembros del peripato, dan comienzo a
la summa retahíla de sus propuestas educativas, muchas de ellas de naturaleza
empírica y otras tantas recordadas de alguien que alguna vez salió en la tele a
la hora de la comida, hablando del tema. “Un buen reglazo de madera en el
cogote, como en mis tiempos”… “Más horas de clase. Sábados y julio cogía yo”… “Muchas
vacaciones y sueldo fijo tienen esos maestros”… “Con lo que dice mi niño que
aprendía con el ordenador que le regalaron y que vendió eBay, porque el maestro
ya no lo utilizaba”… y otros tantos programas electorales de bodega, que de
cumplirse, más de un ateo se persignaría temiendo el fin del mundo a la vuelta
de la esquina. Pero no nos vayamos tan lejos, crucemos de acera y acerquémonos
a aquellos que con su discurso y desde su escaño democráticamente obtenido,
presentan propuestas ideológicas sobre lo que para ellos es prioritario para la
educación de nuestros jóvenes. “La Religión debe salir de las aulas, porque eso
es adoctrinamiento”… “Hay que españolizar regiones”… “La lengua regional es la
única lengua vehicular del ‘pseudoestado’”… “Los colegios concertados son
guetos elitistas”… y otras tantas lindezas que ruborizan a los que sí estamos
emparentados directa o indirectamente con la educación, por la simple razón de
comprender que esos discursos no sirven para afrontar el verdadero problema de
la educación en España y que tan mal se refleja en los resultados PISA de
Matemáticas, comprensión lectora y conocimiento científico.
Es cierto que el actual Gobierno ha acometido una reforma
necesaria de la Ley, que busca la mejora educativa fijándose en otros modelos
análogos de países con altos resultados. El problema añadido a tener en cuenta,
además del consabido de la demora temporal con la que se obtienen resultados,
es que la cultura del esfuerzo de dichos países no es trasladable a nuestra
nación de un día para otro. Además, no debemos olvidar la ausencia de
compromiso, seguimiento y poca exigencia en el ámbito de algunas familias, o la
más escalofriante percepción de que algunos individuos no les dan importancia a
la educación ni al educador en el futuro de la sociedad, y que añadidos a las
diferencias socioeconómicas, demuestran que en los hogares donde se atesora más
saber, se suelen obtener mejores resultados. Por lo tanto, hay que ser
consecuentes con las reformas que se realizan a largo plazo, incluir a los
expertos en la materia para acometerlas, tener altura de miras y paciencia con
los resultados, mirar al futuro de una nación a los ojos y no solo a la
ideología afín. Porque lo peor que nos podrá pasar no será que los indicadores
en las tres citadas materias no remonten, sino que no seremos capaces de
cumplir con la estrategia firmada con Europa en Educación, por la que España y
demás países deben alcanzar unos objetivos para 2020 y además nos encontraremos
con una generación mal preparada y no competitiva de cara al mercado laboral,
una vez que nuestro país salga de la crisis.