Hay un asunto que me suele rondar la cabeza con bastante
asiduidad; y ahora, con la cercanía del comienzo del curso, la
actualidad de las noticias que tratan el tema de la prestación por desempleo
(los archiconocidos 450€) y la supresión de distintas subvenciones a sindicatos
y partidos políticos, hace que este tema no se aparte de mi mente en los
momentos en los que ésta se dedica a la reflexión.
Desde siempre he concebido que toda ayuda, dada o recibida,
es necesaria y beneficiosa. Ahora bien, la ayuda debe ir destinada a la persona
que verdaderamente la necesita. Es bien fácil de entender, si por ejemplo, yo
me hallo en apuros por cualquier circunstancia, y tengo la suerte de conocer a
alguna persona que pueda echarme una mano en la solución del problema,
demasiado orgulloso sería por mi parte no querer pedirle que me ayudara. De
idéntica forma ocurre a la inversa, si sé que algún conocido mío está en apuros
y puedo prestarle mi apoyo, bastante ruin sería si no se lo facilitara para
salir del bache. Es cierto también, que en determinados momentos, en las
relaciones interpersonales, bien por creer que podemos importunar o por no
saber cómo va a reaccionar la otra persona, no solemos lanzarnos a la gratificante
práctica de dar o recibir ayuda; pero eso es harina de otro costal, que podrá
ser abierto en otro momento.
Por otro lado, el tema adquiere otros tintes más oscuros
cuando entran en escena dos singulares actantes en el proceso de la prestación
de ayuda: las instituciones administrativas y lo pecuniario. En ese caso toma
todo un color de tiempo pretérito, que recuerda más a la expresión acuñada por
las compañías de pícaros del s.XVI de “dar el palo”.
Y es que no hace muchos años, llegaron a ser múltiples los
ejemplos y casos, donde ciudadanos que no lo necesitaban se aprovecharon de la
actitud extremadamente dadivosa del anterior gobierno, que entregaba ayudas
económicas a manos llenas, sin esperar nada a cambio ni controlar cómo el
organismo o persona subvencionada hacía uso de tal ayuda; simplemente porque
los parámetros para su concesión eran bajos o inexistentes. De dicho estilo
político, los organismos supranacionales, la oposición gubernamental y ciertos
grupos de ciudadanos llegaron a cuestionar que la actitud del propio gobierno
era la de intentar poner parches a los problemas, en vez de atajarlos de raíz,
con el único fin de tener contentada a toda la sociedad para así revalidar su
mandato en los siguientes comicios que se celebraran.
Son de sobra conocidas las medidas como la deducción de 400€
que se realizó a todos los contribuyentes declarantes del IRPF sin importar el
nivel de renta de ninguno de ellos; o la de la Ley de Dependencia, donde
familias con personas dependientes recibían la ayuda, y al igual que la
anterior medida, sin importar el nivel de renta, siendo incluso detectadas
familias con rentas superiores a 100.000 y 300.000€ que eran beneficiarias de
las bonificaciones económicas; o la ayuda de 2.500€ por el nacimiento de un
nuevo descendiente familiar, conocida como “cheque-bebé”, que al igual que las
anteriores fue entregada sin tener en cuenta el nivel de renta de las familias.
Y así podríamos estar repasando todas las medidas adoptadas por el anterior
gobierno, malnombradas como políticas sociales. Medidas que quizá en esencia no
tuvieran mala fe; de hecho, algunas de ellas, como la Ley de Dependencia
considero bastante necesarias; pero que en obra fueron mal reguladas y mal
llevadas a la práctica. Llegando incluso a ser lugares de paso obligado para
todo aquel pícaro del siglo XXI, que quisiera cometer algún fraude y con ello
embolsarse algún dinero extra.
Seguramente algunos de nosotros conozcamos o hayamos oído
hablar de individuos que se beneficiaron de ayudas como la de los mencionados
426€ (destinados a los parados de larga duración), que además de estar cobrando
dicha prestación estaban trabajando sin estar dados de alta en la Seguridad
Social, para no dejar de recibir la ayuda por desempleo. O de otros que
hicieron lo indecible para ser incluidos como cuidadores de personas mayores o
con alguna discapacidad y así beneficiarse de la prestación que otorgaba la Ley
de Dependencia. O de otro caso en el que se duplicaron facturas para
beneficiarse de las ayudas dadas por el Cheque-Libro.
Son múltiples y variados los casos de fraude, y quizá
algunos se detectaran; pero en el momento en el que sólo uno llegara a buen puerto para el defraudador,
el sistema comenzaba a perder un dinero muy necesario y actualmente vital para
el bienestar de todos. Y, como paso a paso se hace camino y gota a gota puede quebrar
hasta la más dura de las piedras; así hemos llegado adonde nos encontramos,
vencidos casi por la inercia de que cualquier sector se cree en la obligación
de pedirle explicaciones al gobierno y exigir subvenciones para sus
actividades. Pero las circunstancias socio-económicas no son las mismas, y de
comenzar la andadura de muchas ayudas, en una situación en la que la concesión
se realizaba sin parámetros ni control del beneficiario; se ha pasado a un
control férreo del gasto, se han elevado los requisitos para la obtención de
las ayudas e incluso muchas de ellas han llegado a desaparecer. ¿En qué momento
se pasó de un sistema descontrolado a uno
racional? La respuesta es muy simple, en el momento en el que el gobierno se
encontró con una sociedad acostumbrada a la obligación de exigir, de sentirse
contentada y caprichosa en cualquier ámbito de su vida.
Lo fácil seguirá siendo echarle la culpa al actual gobierno,
sobre el cambio que ha llevado a cabo en lo que respecta a lo anteriormente
explicado, lo difícil es pararse a reflexionar acerca de que qué hubiera
ocurrido si se hubieran planteado y regulado bien todas estas medidas desde el
principio, llevando a cabo un gasto racional de la riqueza del país; ayudando
de manera contundente a quien verdaderamente lo necesitaba, igual que una madre
ayuda a sus hijos siempre que ellos la necesitan, pero que no les complace con
caprichos innecesarios simplemente para que no se sientan discriminados frente
a otros niños que sí los tienen. Hoy más que nunca, las circunstancias obligan
a atajar dichos errores, tenemos que trabajar por dar ejemplo a los que vienen
detrás a paso ligero, a nuestros jóvenes, quienes heredarán las costumbres de
los actos que nosotros les hayamos enseñado.
La sociedad se ha olvidado durante estos años de las obligaciones, y solamente se acordaban de los derechos. Ahora, volvemos a ver aquellas obligaciones que tenemos todos y eso, amigo mío, duele... :) ¡Buen post!
ResponderEliminarBreve resumen , conciso y claro. Tenemos que asumir la realidad y dejar de estar en la nube como el anterior gobierno estaba. Muy bueno !!
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