Regresan a nuestras ventanas, cual golondrinas en primavera,
nuevas tramas con nuevos nombres que amplían la extensa lista que atesora la corrupción
en nuestro país. No son pájaros éstos que traigan agradables trinos, sino
pajarracos de mal agüero que emponzoñan son su graznido el noble arte de la
política democrática, defendida y practicada por personas, que aún ostentan los
mayores tesoros que se pueden poseer en la vida pública: la honradez, el honor
y la decencia. Esas aves rapaces de lo público y lo ajeno que amparadas en la
complicidad y el silencio de un beneficio al ocultador, han despojado grano a
grano, nocturna y alevosamente, no solo ingentes cantidades de riqueza pública;
sino además la confianza democrática en la transparencia del funcionamiento de
nuestras instituciones, intentando manchar con sus oprobiosos actos a todos
esos buenos políticos, que con las manos limpias se esfuerzan día tras día por
fortalecer el futuro democrático y mejorar el bienestar de toda la ciudadanía.
A todos los demócratas de convicción y obra nos compete el
fortalecimiento y la defensa de nuestras instituciones y leyes, porque solo con
una democracia fortalecida en su fondo y en sus formas seremos capaces de espantar
de los árboles de la prosperidad a estas aves carroñeras. Imposibilitando así su
capacidad de reproducción y contagio con su pico ominoso a nuestras
generaciones venideras, los verdaderos frutos de nuestra nación.
Debemos apostar fuerte por el escarnio público, la inhabilitación
y el rendimiento de cuentas ante una justicia asentada en un Código Penal endurecido
que, por su condición, tenga carácter disuasorio “ipso facto” de cualquier
pensamiento ignominioso que conlleve fraude al Estado o enriquecimiento a costa
suya. Pero no solo con esta meta debemos contentarnos, puesto que si amparados
en un Código Penal que actúe de manera ejemplar contra los casos de corrupción,
somos capaces de plantarle cara a esta lacra social e institucional ganándole
alguna batalla; la verdadera victoria se alcanzará cuando en nuestra sociedad
exista una conciencia real de lo público, que nos lleve a razonar acerca de que
el enriquecimiento a costa del Estado, supone un debilitamiento de las
herramientas del mismo, así como del bienestar alcanzado gracias a nuestra
democracia. Debemos todos, erigirnos como guardianes de los tesoros de nuestra
nación, y que con nuestro ejemplo se beneficie la educación de nuestros jóvenes
en el uso y funcionamiento de nuestras instituciones, dado que en nosotros
serán en quiénes se miren las generaciones venideras para encauzar su propio
futuro.
Nuestro país no puede seguir amasando futuros nombres que
engorden la larga lista de casos de diverso nombre y color que han ensuciado nuestra
historia más reciente, ni dejar su descubrimiento a la suerte de un polluelo que
cantó más de lo esperado por los cofrades de la ignominia. Nuestro país debe
apostar por una fortaleza que nos haga extirpar tales actos de nuestra forma de
ser, madurando como nación y como democracia.
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