miércoles, 15 de mayo de 2013

Identidad perdida



Desde que tengo uso de razón me he considerado seguidor incondicional del Real Madrid y no porque el fútbol me gustase, es de sobra conocido que desde siempre mi deporte predilecto ha sido el baloncesto; sino porque desde bien temprana edad recuerdo ver a mi padre vibrar con tardes de gloria madridista en la que once jugadores daban todo por una camiseta blanca que en la mayoría de las veces, una vez transcurridos los noventa minutos, acababa empapada de sudor, hierba, barro y hasta sangre de los hombres que la vestían. Por aquel entonces yo no tenía ni idea de las reglas de juego debido a mi juventud, pero sí es verdad que el amor por ese escudo y esa camiseta fue brotando gracias a las incontables veces en las que mi padre cantaba los goles y celebraba las victorias.

Con el paso de los años fui aprendiendo las normas de aquel deporte, aunque en la práctica yo siguiera entrenando por encestar cada vez más canastas en el colegio. Conforme más partidos veía, más quedaban en mi memoria nombres inmortales de la leyenda de este glorioso club, que con tanto orgullo recitaba mi padre: Juanito, Santilla, Butragueño, Martín Vázquez, Sanchís, Míchel… Y conforme iba siendo capaz de recordarlos, y hasta de reconocerlos, mi padre vio el momento oportuno para hablarme de lo que suponía históricamente el Real Madrid. Me lo describió como el club que más títulos europeos y nacionales poseía, donde grandes jugadores habían marcado época vistiendo esa camiseta, donde un estadio de cerca de cien mil espectadores se llenaba con gente de pie animando durante todo el encuentro, donde no se daba ningún partido por perdido por adverso que fuese el resultado, donde no había que menospreciar al rival bajo ninguna circunstancia, donde muchos jugadores de otros equipos anhelaban jugar en algún momento de sus carreras, y donde, pasase lo que pasase en el terreno de juego, se respetaba al adversario institucional y deportivamente. Cuestión ésta que repetía más de una vez mi padre bajo la frase de que “uno es del Real Madrid porque es un club de caballeros con valores”. Conforme pasaron los años y yo fui creciendo, se sucedieron victorias y derrotas, éxitos y fracasos que marcaron mi experiencia como seguidor de este club; pero que en ningún momento me hicieron dudar de mis ideales. Sabía que por muy adversa que fuese la situación siempre aparecerían jugadores cada vez mejores, dirigidos con mano certera por entrenadores que les enseñarían la grandeza de la legendaria camiseta que se enfundaban en cada partido. Y así fue como se hicieron grandes en el equipo Raúl, Hierro, Guti, Zamorano, Laudrup, Roberto Carlos, Mijatovic, Redondo… Jugadores que si por algo se caracterizaron fue por su entrega incondicional a algo que iba más allá de un simple escudo estampado en una camiseta, llegando en muchos a ser incluso una filosofía de vida.

Pero llegó un momento, en el que viéndose en la cúspide del siglo XX, el timón de la nave cambió de dirección y no se supo mantener esa política de cimentar la plantilla con jugadores que, desde las categorías inferiores, conocían lo que eran los valores del club, complementándola con aquellos fichajes que fueran necesarios. Se creyó que la grandeza la propiciaban las ganancias o los éxitos simplemente, y en esa ceguera se vieron abandonados los demás valores, desfilando por el club innumerables jugadores y entrenadores que aunque consiguieron títulos, pocos dejaron su impronta. El respeto desde y hacia otros equipos se fue perdiendo y el blanco de la camiseta tiñéndose de ese  gris apático actual. Quizá muchos se cuestionen por ello, pero ya dice el refrán que quien olvida su historia está condenado a repetirla; aunque en cuestión de éxitos quien olvida sus valores y principios está obligado a vagar sin rumbo por el derrotismo, a pesar de las victorias que consiga.


miércoles, 8 de mayo de 2013

En la cuerda floja



El pasado lunes pudimos asistir a una de esas jornadas que los romanos calificaban como dies horribilis, uno de esos días en que quienes lo sufren una vez pasado, al reflexionar sobre el mismo –si lo hacen, claro– expresan aliviados resignadas peroratas sintetizadas en el manido argumento de que no deberían haberse levantado de la cama al sonar el despertador. Es como si a partir de esa llamada que iniciaba un nuevo día se hubiera desatado la mayor de las tormentas imaginables, como si el rasgar la hoja del calendario de la jornada anterior hubiera actuado como catalizador, alineando todos los planetas en contra de la ya maltrecha y zozobrante nave socialista.

Y es que todo comenzó a raíz de que a Alfredo se le pasara por la cabeza la ingenua idea de que, dado que España había gastado 40.000 millones de euros de los 100.000 millones solicitados a Europa del Mecanismo Europeo de Estabilidad para la banca española, y que de ese montante total sobraban aún 60.000 millones por gastar; se crease un Plan de Reactivación Económica utilizando la mitad del sobrante (30.000 millones) para que fluyera el crédito entre las pymes y para que las familias pudieran renegociar sus hipotecas. Medida quizá acertada para momentos en los que las encuestas no les son favorables, populista podríamos denominarla; pero que nos resucitaría el fantasma del intervencionismo del estado, acercándonos a fechas en las que los hombres de negro estuvieron a punto de cruzar la frontera. La pregunta es ¿y cómo repartiría el dinero? ¿Quizá llevando a cabo una política parecida a la del cheque-bebé? Si algo no necesita nuestro país es volver a caer en los errores que durante la etapa del ejecutivo de Rodríguez Zapatero propiciaron la situación tan dificultosa por la que deambuló nuestro país. ¿Cómo se iban a pagar entonces los intereses de dicho préstamo? ¿Con otro préstamo? ¿Quién confiaría en nosotros? Dudo mucho que Europa o EEUU dieran el visto bueno. Y así fue como se desencadenó el desastre, dado que en apenas cuatro horas, desde Bruselas se anunció que el Plan Rubalcaba era inviable.

Este parece que fue el movimiento sísmico que trastocó toda la jornada, propagando su ola expansiva por toda la geografía nacional, propiciando diversas noticias donde el epicentro era siempre el Partido Socialista. Y así pasó horas más tarde, apareciendo en los medios Beatriz Talegón, aquella que en su día echó una regañina (o moralina) durante el Consejo de la Internacional Socialista por hacer la revolución desde un hotel de 5 estrellas, y que en el día de autos planteaba que detrás del movimiento 15M podía estar la derecha. Quizá en este caso su discurso estuviera invadido por el hemisferio derecho, propio de las actividades inconscientes, o quizá le invadieran a ella las ganas de posicionarse en la carrera a las primarias. Sea como fuere, si a sucesión socialista nos referimos, una de las candidatas, Carme Chacón, tuvo en tal jornada su momento de gloria; puesto que reprendió, vía misiva, al PSC y a Pere Navarro por acudir a la ‘Cumbre por el Derecho a Decidir’ de los nacionalistas, no sentándole bien a éste y creando más división si cabe entre ambas federaciones; aunque después de la Cumbre Pere Navarro se mostró preocupado y decepcionado por la actitud de Artur Mas, convirtiéndose su reacción en mofa de propios y extraños. Tal vez él se esperaba otra reacción del líder independentista. Y por último, la reacción del Presidente de los socialistas, José Antonio Griñán, quien para rematar la faena y crear unidad de partido añadió que veía en Andalucía posibles candidatos a liderar el PSOE iguales o mejores a los que habían salido. Ante lo que hay que matizar que tal y como se encuentran los socialistas en tierras andaluzas, a merced de Izquierda Unida y zarandeado por los ERE, no sé sabe si el candidato será igual o mejor; pero lo que no parece es que vaya a alejar a su partido de esa cuerda floja, pendiente de dar el traspié.