Acaba de darse el pistoletazo de salida a la campaña
electoral para las elecciones del próximo 25 de noviembre a la Generalitat de Cataluña. Es curioso
analizar como la fecha elegida para el inicio de la campaña coincide, aunque
con 23 años de distancia en el tiempo, con una de las fechas marcadas en rojo en
el calendario de la Unión Europea y de Occidente, la caída del muro de Berlín. El
hecho que supuso el inicio del fin del régimen comunista soviético y de la
división mundial que propiciaba la política de bloques, surgida tras la
finalización de II Guerra Mundial.
Es interesante ver como hoy, cuando casi se cumple un cuarto
de siglo de aquel 9 de noviembre, y cuando nos encontramos comprometidos todos
los países miembros de la Unión Europea, en una empresa común de unidad y
fortaleza desde la diversidad de las naciones formantes, para afrontar los
retos políticos, sociales y económicos del futuro, aparece en Cataluña, a mitad
de su actual mandato, el actual President
anticipando los comicios porque, según desde su óptica, desde el Gobierno de
España se ningunea y ataca al pueblo catalán. Se sirve para tales discursos de argumentos
pretéritos de partidos separatistas e independentistas, apelando con ello al
pasado histórico-legendario de la región; a los agravios, según él, sufridos
por Cataluña tras los Decretos de Nueva Planta en el siglo XVIII; a la revisión
de nefastos conflictos del pasado; y en definitiva a elementos más cercanos al
mesianismo político, que a al lema común que impera en Europa, la unidad.
Lo que no se para a explicar Artur Mas es por qué desde que
está él en el gobierno los impagos y el déficit en Cataluña van cada vez a más,
ni por qué se sigue derrochando dinero en aspectos superfluos y no relevantes, como
son el mantenimiento de las embajadas que la Generalitat tiene por todo el mundo, antes de solucionar los
problemas de una ciudadanía en tiempos de crisis. Alguien se podría preguntar
lo siguiente: ¿por qué si Mas no fue el culpable de la crisis catalana, no es ahora
capaz de gestionar bien el futuro de Cataluña? La respuesta es simple. Porque
Artur Mas no tiene capacidad real ni propuestas reales para afrontar una
situación que le sobrepasa, en primer lugar; y en segundo lugar, porque en
tiempos de crisis hay momentos en los que es necesario pedir ayuda, y en este
aspecto hay una parte de la sociedad de Cataluña que no ve con buenos ojos el
hecho de pedir ayuda a España y asumir su culpa de la mala gestión. Por eso Mas
afronta desde un comienzo, allá por agosto, la solicitud con carácter de
urgencia, al Fondo de Liquidez Autonómica, de 5.023 millones de euros; no como
una ayuda, sino como el pago que debe realizar España ante las ofensas del
pasado, que según el dirigente catalán pasan por recuperar lo que Cataluña
aporta a España y que ésta no reinvierte en la región.
Por eso, una vez que Mas enciende la mecha del argumento de la
afrenta histórica, como hicieron los nacionalismos europeos en el período de entreguerras,
es muy fácil poder desviar la atención del verdadero problema, la solución a la
crisis; centrándolo en algo que ni su propia coalición de partidos jamás ha
pedido, la independencia; acompañando sus argumentos, cómo no, con los
ingredientes del odio, los símbolos, la confrontación, la desobediencia y la
ilegalidad.
Lo que no sabe Mas es que estos son otros tiempos y el ritmo
del baile no lo marca él. De ahí el peligro de bailar una danza tan difícil con
el paso cambiado, que la posibilidad de que Cataluña tropiece y se caiga estrepitosamente,
está tristemente cada vez más cerca.
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