Amarillean sus hojas al otoño los plataneros de la Carrera
del Genil, y regresan a mi memoria imágenes de mi ciudad natal. Me veo transitando
por ella, con diez años menos a mis espaldas y un semblante de admiración y
respeto, sobrecogido por la ingente historia que atesoran sus calles. Granada,
mi Granada. Aquella tantas veces evocada desde tierras levantinas, y tantas
veces visitada en viajes y escapadas con mis padres, en excursiones de verano o
Navidad, pero incomprendida siempre; hasta que no llegué a ella, para beber de
sus fuentes en mi adolescencia y saborearla lentamente, gota a gota, revelándome
el manantial de vida que fluía por sus entrañas.
Redescubrí entonces el amor y la amistad, afianzando amigos
que llegarían para quedarse. Contemplé que el tiempo, aunque de paso idéntico,
transcurría enriquecido con un tempo y ritmos distintos a los conocidos; la
sinfonía de estas tierras se imprimía en sus gentes y su paisaje. Territorio
tantas veces conquistado por diversos pueblos, atesoraba tantas vetas de arte
en cada una de sus esquinas, que era fácil rememorar, con el trasiego actual, las
huellas de antiguos granadinos, insignes y anónimos, que transitaron por ella. Como
granadino es, desde el momento en el que salta al ruedo de la calle, el viajero
que llega para confirmar la alternativa en esta muy noble, muy leal, nombrada grande,
celebérrima y heroica ciudad.
Y hoy, que llega a mí su recuerdo, llega también la
tristeza; pero no porque no vea que a nuestra ciudad le falte el brillo que en
mis ojos refleja al rememorar aquella década en que la redescubrí. Sino porque
conozco y sé, que en estos años, personalidades ajenas, o no tanto, a Granada le
han prometido grandes obras para hacer de ella una ciudad para el futuro, desvelándose
a posteriori ser todas ellas remodelaciones envenenadas con la única finalidad del rédito
político. Lo peor no fue ya que no se hicieran; sino que incluso, muchas de
ellas se llevaron a cabo quedando luego paralizadas, afectando así a las
instituciones municipales y en primera instancia a los granadinos. Recuerdo la prosperidad
que prometían para nuestra ciudad con la llegada del AVE, con estación de Moneo
incluida; la finalización de la A-7; la apertura de Granada a las rutas
internacionales de navegación aérea; la mejora en la gestión de Sierra Nevada y
la Alhambra; la llegada del Metro a nuestras calles; la realización del Teatro
de la Ópera; la apertura del Clínico y el funcionamiento del Parque de la
Salud; y otras muchas promesas tan incumplidas unas como otras; pero todas y
cada una de ellas igual de excusables con la crisis.
Por eso, desde aquí, y sin caer en el pesimismo, pido a aquellos gobernantes socialistas, tan responsables de los errores cometidos en el pasado, que acepten su parte de
responsabilidad en el presente, y aúnen fuerzas con el equipo de gobierno
municipal, provincial y nacional en favor de los intereses de Granada; intereses éstos que no son los
de ningún partido político, sino los que servirán para propiciar esa modernización
necesaria y viable que nos llevará a construir, para todos nuestros ciudadanos,
la Granada del futuro.