¿Cuántas veces habremos oído esa típica expresión del “ahora
me pongo con el trabajo... total, para cinco minutos”? Quizá la intención
inicial de darse ese pequeño respiro para coger el aire suficiente que ayude a iniciar
la tarea una vez transcurridos esos cinco minutos o para hallarle respuesta a
los problemas surgidos en el proceso de realización de la misma, no sea del
todo descabellada; pero la realidad, en múltiples ocasiones, es bien distinta.
Se posterga la realización de dicha actividad, quedando relegada al montón de
cosas por hacer, y siendo sustituida por otra tarea que produce más placer en
el actante. Hace ya mucho tiempo la sabiduría de nuestro refranero aportó una
sentencia que podía servir para combatir tal actitud, la ya archiconocida: “no
dejes para mañana lo que puedas hacer hoy”; pero es nuestra sociedad actual un
hábitat hostil para la lírica, y mucho más para los refranes o la sabiduría
popular; aunque sí para el “copy-paste” oportuno de frases “trendy” (reales o
atribuidas a personajes célebres, algunas veces desconocidos para quien las toma
prestadas) que sirvan para demostrar, en los muros de las redes sociales y ante
los ojos del virtual respetable, que hubo un momento a lo largo del día que el
usuario lo dedicó a reflexionar.
Lo cierto es que en nuestra sociedad son cada vez más los
casos en lo que la procrastinación está presente en la vida cotidiana y desde
más temprana edad; de hecho, en un estudio realizado sobre la jornada laboral
en EEUU se ha demostrado que el 25% de dicha jornada es improductiva por tal
causa. ¿De dónde proviene pues este hábito tan perjudicial para los resultados? Si
reflexionamos detalladamente podremos llegar a la conclusión de que siempre es
más fácil dejar para más tarde aquellas tareas que nos son más tediosas,
sustituyéndolas por aquellas más apetecibles. Mientras que el camino a la
inversa es más dificultoso e incluso imposible de realizar; dado que en el tiempo
programado para las placenteras, difícilmente nos pondremos a realizar aquellos
trabajos que nos sean más costosos. Todo se reduce a una mala planificación de
las tareas a llevar a cabo, en la relevancia de las mismas y en esencia, al no
saber distinguir y mezclar, con resacosas consecuencias, tiempo de ocio con
tiempo de trabajo. Todo se reduce a la falta de educación en hábitos de trabajo
y compromiso con las tareas a llevar a cabo.
Y es que no podemos transmitir a nuestros jóvenes las
virtudes del éxito duradero sin que sepan cómo poder alcanzarlo. Porque aunque
constantemente estemos cada vez más imbuidos en ese círculo vicioso que atrapa
a una inmensa mayoría en la danza macabra de la filosofía vital hedonista,
donde se apuesta únicamente en la búsqueda del placer como razón de ser; no
debemos olvidar que sustentar la felicidad en la búsqueda del placer, da lugar
a un mayor índice de insatisfacción. Aunque también es verdad que no podemos
caer en el error contrario de pensar que esta vida es solo un valle de lágrimas
sin lugar para el disfrute. Tan perjudicial es un extremo, como el contrario.
La virtud está en el justo medio. En ese medio que hace tener expectativas y
saber valorarlas conforme a nuestras metas, incrementando con ello nuestra
motivación y haciéndonos alcanzar una vida con más realidades que sueños, y con
más éxito que fracasos y tareas por hacer.