miércoles, 19 de junio de 2013

Un mundo más cercano


Aún recuerdo aquel instante preciso cuando, rondando yo esa edad que sirve de tránsito de la educación primaria a la secundaria, descubrí que en nuestro país hubo una época pretérita, y no tan lejana de mi presente, en el que la posibilidad de reunirse libremente en medio de la calle o conversar de manera distendida con cualquiera, acerca del tema que su libre albedrío eligiese, estaba prohibido. Puedo rememorar las preguntas que pude formularle a mi profesor en Maristas y a mis padres al llegar a casa en el momento en el que descubrí aquello; y puedo traer a mi presente más inmediato esa inquietud al desvelárseme, en ambos casos, que la causa de aquella falta de actividades que yo veía normales y justas, y que practicaba de forma diaria con mis amigos en ese gran terreno de juego que eran las calles de mis ciudades de la infancia, se debía a la ausencia de esa libertad que sí nos otorgaba la Constitución Española de 1978 en sus artículos 20º y 21º. “¿No había libertad? ¿La gente no se podía reunir cuándo, dónde y con quién quisiera, a hablar de lo que le diera la gana? ¡Pues vaya un aburrimiento!”

Desde la óptica de un muchacho que cuyas metas por aquel entonces eran obtener la máxima nota en cualquier examen, terminar el primero en hacer los deberes, jugar al baloncesto con los amigos, vivir nuevas aventuras en esos libros que pululaban por casa o descubrir el mundo natural que le rodeaba, podía ser un aburrimiento; pero la verdad que conforme iba creciendo y conociendo más aquella época, más injusto me parecía que alguna vez pudiera haberse dado en mi país un comportamiento así. ¿Qué de malo podía haber en que varias personas se reunieran para hablar de lo que fuera? Con el tiempo descubrí que el miedo podía radicar en los propios gobernantes, que dictaban leyes para el pueblo –pero  sin el pueblo–, y en el temor de que una masa de ciudadanos pudiera arrebatarles ese poder que ostentaban. Por lo que me puse a indagar en ese texto que nos otorgaba aquellas leyes que nos permitía hacer cosas que nuestros antepasados no osaban ni imaginar. Y así fue como descubrí la libertad que tenían los ciudadanos de participar de asuntos públicos, los trabajadores de ir a la huelga, descubrí también que cualquier persona no podía juzgar a otra por su ideología ni por su creencia religiosa, o que nadie podía privar de la libertad a nadie y que la seguridad de todos nosotros estaba a salvo, así como nuestro derecho a la vida y a la integridad física o moral y a establecer libremente nuestra residencia o a circular por cualquier parte de nuestro país, ¡faltaría más! Eran cosas tan obvias… quizá muchas de ellas ya existieran; pero ahí estaban en ese libro de leyes supremo que rige la existencia de nuestro país. Sería injusto no obedecerlo o que no se hicieran cumplir. Pues sí, me equivocaba. Conforme fui creciendo, madurando y dándome cuenta del mundo que me rodeaba me topé con una realidad en la que había gente que era capaz de asesinar por pensar diferente, de prejuzgar a individuos por pertenecer a una ideología o creencia religiosa distinta a la suya, a secuestrar por desempeñar una labor profesional determinada, a impedir que personas que querían vivir en aquella tierra donde tenían sus raíces pudieran hacerlo teniendo que emigrar, a llevar hasta las máximas consecuencias de terror e intolerancia ciudadana la idea de que o era su forma de ver las cosas la que prevalecía o no habría vuelta de hoja.

Con el paso de los años esta situación fue cambiando y apaciguándose; aunque aún siga existiendo cierto resquemor. El problema es que esa intolerancia mencionada no ha sido eliminada; sino sustituida en sus actantes, sociales e ideológicos, por nuevos personajes con nuevas banderas que aparecen para intentar hacer el mismo daño en las instituciones públicas con sus actos y palabras, escudándose a su vez en esa libertad que les garantiza nuestra Carta Magna. El problema es que nunca entendieron que en nuestra Constitución, al igual que hay un apartado de derechos, existe también el de obligaciones. No entender que en un mundo globalizado, en que ha quedado descubierto que todo lo que nos dijeron del capitalismo y el comunismo era verdad y mentira, eliminar la capacidad para dialogar y llegar al consenso con la simple meta de hacer de este mundo un lugar mejor, es privar a una civilización entera de todas aquellas ventanas comunicativas que nos abren los avances tecnológicos del siglo XXI.



miércoles, 5 de junio de 2013

Es bueno hacer memoria


Confieso que me pone de mala leche, y peor café, que tanta historia que atesora nuestra tierra se vaya tantas veces por el sumidero del ostracismo o quede arrumbada en algún cajón olvidado de cualquier archivo atestado de legajos mohosos, que esperan catalogación (previa autorización de la autoridad competente al becario de turno) y que serán pasto del decoro "politicamentecorrecto" del que tanto adolecen ciertos sectores de nuestra sociedad. Y es que en nuestro país no solo nos dedicamos a olvidar a esos personajes legendarios o hechos históricos gloriosos que con tanto orgullo muestran al común de los mortales otros pueblos o países, y que en momentos de adversidad tanto bien hacen por la unidad de sus habitantes. Sino que además nos dedicamos, en una guerra sin cuartel no declarada pero con los tiempos muy bien marcados, a adscribir a dichos héroes o leyendas a los dos bandos que se enfrentaron en la guerra civil española de 1936, olvidando que dichos personajes y hechos históricos son secularmente anteriores a ese conflicto. Y así, eruditos amaestrados en el arte de la patraña dejan correr ríos de tinta y remontan tanto la corriente de la historia, que llegan a dilucidar si el cavernícola que pintó el bisonte de Altamira era más del bando franquista o del republicano.

En España nos cuesta disfrutar de nuestra historia simplemente por el placer que produce el conocimiento de la misma, sin revisarla adscrita a una ideología actual, sin reescribirla. Dando la sensación tantas veces de que se reinterpretan algunas épocas históricas alistándolas a algún bando guerracivilista, con el fin de saldar alguna deuda familiar con esa época que tanto repercutió en su día en la vida de todos los españoles y que en la actualidad, paradojicamente, quienes no la vivieron, tanto se empeñan en no querer cicatrizar. Y así, en el afán por institucionalizar dicho comportamiento, se alumbró en su día una Ley de Memoria Histórica que mezclada (no agitada) a la Alianza de Civilizaciones, produjo un "cocktail" que en la mayoría de casos dio lugar a una resaca que llega incluso hasta nuestros días. Pudimos ver entonces cómo a la hora de buscar a Lorca, sospechosamente, no se encontraron sus restos donde la leyenda indicaba; cómo se retuvieron a la justicia las memorias de Niceto Alcalá-Zamora tras su recuperación en 2008 en la "Operación León" (robadas desde 1937) porque en ellas parece que no salía bien parado el Partido socialista; cómo nos encontramos de un día para otro a un centenar de musulmanes rezando en la Mezquita Catedral de Córdoba; o cómo hubo algún iluminado que vio inapropiados los escudos de Aragón, Guadix o Almuñécar, por aparecer en ellos cabezas de moros, yugos y flechas. Y así nos pasa con muchas otras cosas: con las festividades, como los toros en Cataluña, porque transmiten un sentimiento español que choca con el nacionalismo; con el olvido de personajes ilustres, ¿alguien sabe que parte de los huesos del Cid Campeador se encuentran en Alemania, Francia y República Checa?, ¿cuántos saben que uno de los almirantes más ilustres que hemos tenido, como fue el granadino don Álvaro de Bazán tiene una estatua en la Plaza de la Villa de Madrid?, ¿quién recuerda la victoria en la Defensa de Cartagena de Indias por Blas de Lezo, donde por cada español había díez ingleses?; o con la conmemoración de hechos históricos relevantes, como la celebración el verano pasado de los ochocientos años de la Batalla de las Navas de Tolosa, o este año del quinto centenario del descubrimiento de Florida por parte del español Juan Ponce de León (bueno, esto sí que lo celebraron bien; pero en Estados Unidos), o que todos los años (y desde 1492), el dos de enero se conmemora en Granada la Toma de la ciudad por parte de los Reyes Católicos.

En esta última me quedo, confieso que la tierra me tira; pero es que encima con la injusticia no trago. Porque es en la Toma de Granada donde se juntan esos dos grandes sinsentidos socialistas, la Ley de Memoria Histórica con la Alianza de Civilizaciones, para impedir que sea declarada dicha festividad como Bien de Interés Cultural por parte de la Junta de Andalucía, aduciendo "sotto voce" que es una conmemoración instaurada por el franquismo (no sé yo si en 1492 Franco ya estaría por allí) y que además no promueve el amor fraternal entre culturas (que yo sepa lo único que se hace es tremolar el estandarte real y mostrar el respeto a sus católicas majestades, que por si alguno no lo sabe tienen su mausoleo en Granada, sin llamarse al odio contra nadie). Aunque el argumento que parece determinante para su no declaración es, que ha sido el Partido Popular quien ha llevado a cabo la propuesta y por el contrario, en la Junta gobierna quien gobierna. Otra vez en Granada "con la Junta hemos topado"; pero no se desanimen, al contrario, al igual que con la histora, cuando se pongan a hablar de lo bien que el gobierno regional se porta con Granada, les animo a recordarles que es bueno hacer memoria.