Se remonta a tiempo inmemorial mi afición a la leyenda
artúrica y concretamente a lo que se narra en ella acerca de la búsqueda que
hacen del Santo Grial los caballeros de la corte de Camelot. En tal periplo,
según se nos narra en la historia, en la conocida Tabla Redonda, mesa construida
por el sabio Merlín en la que se sentaban los nobles caballeros del Rey Arturo,
había reservado un asiento para aquel elegido que tuviera el honor de encontrar
el Santo Grial. Asiento vacante y anónimo desde su creación, frente a los demás
en los que aparecía el nombre del caballero que lo ocupaba. Esto era así debido
a que, según la leyenda, en el momento oportuno aparecería en él labrado el
nombre del elegido cuando ocupara su escaño en la mesa. ¿Qué le ocurriría
entonces a aquel que osase sentarse por cuenta propia en el asiento sin dueño,
sin ser el caballero para el que estaba destinado el hallazgo del Santo Grial? La
respuesta la da el propio Merlín justo en el momento en el que lo bautiza con
el nombre del “Asiento Peligroso”, augurando tremendos daños y perjuicios para
aquel que, sin ser el elegido, lo ocupase sin derecho.
Y regresa a mi memoria esta leyenda justamente cuando son
tiempos tan difíciles para ocupar ciertos asientos de nuestra actualidad, y
hago referencia a la dificultad no de sentarse en ellos, sino de hacerlo con la
responsabilidad, el criterio y la altura de miras que conlleva su ocupación. Me
refiero concretamente a los sillones de los alcaldes de nuestros municipios, no
porque sobre ellos pese maldición alguna o peligro como el del asiento de la
leyenda artúrica; sino porque en muchos de ellos, y en repetidas ocasiones en
los últimos tiempos, está ocurriendo algo a la inversa de lo que se mencionaba en
la leyenda anteriormente explicada. Y es que si en ella, solo el elegido podía
ocupar el asiento peligroso; en la actualidad, ese asiento para el que ha sido
elegido el alcalde por los votantes mayoritarios de su pueblo, ha dado lugar a
que los adversarios políticos unan sus fuerzas, sin miramientos en los pactos
de alianza, con el fin único de ocupar el sillón y hacerse con las prebendas
que el cargo conlleva, y sin importarles tampoco la buena gestión que el
elegido alcalde hubiera llevado a cabo durante su mandato.
Y llegados a este punto me acuerdo concretamente de dos
localidades granadinas gobernadas por el Partido Popular, que tras el voto innegable
por el cambio, sus ciudadanos les otorgaron la alcaldía de Armilla y Cúllar en
mayo de 2011, tras muchos años de gobierno socialista. En la primera de ellas,
Armilla, el equipo de gobierno de Antonio Ayllón, quien después de luchar
contra el déficit galopante y los innumerables problemas en el pago a
proveedores, servicios de limpieza y ayuda a domicilio heredados del anterior
gobierno, y pese a conseguir en tiempo récord encauzar la economía hacia un
futuro de prosperidad e inversión rentable; se encontró el pasado 21 de enero
con una moción de censura apoyada en un caso de transfuguismo para hacerse con
la alcaldía. Caso éste que se saltaba incluso el informe de la Secretaría del
Ayuntamiento, conforme al Pacto Antitransfuguismo. Y en la segunda, Cúllar,
donde su alcalde José Torrente se encontrará el próximo 20 de marzo con otra
moción de censura que truncará esa modernización tan necesaria en la que este
alcalde había inmerso a este bello municipio del norte de la provincia de
Granada. En ambos casos, los firmantes aducen argumentos variados para hacerse
con la alcaldía por medio de la moción; en el primero ya se ha demostrado que
su máximo argumento era el de subirse el sueldo como primera medida de
gobierno, en el segundo el tiempo nos demostrará, además de cómo con el
primero, que el móvil de sus actos no era otro que el no aceptar que un
político no perteneciente a su partido estaba haciendo bien las cosas, en ese
pueblo que tras los últimos comicios perdieron.
No hay comentarios:
Publicar un comentario