miércoles, 4 de diciembre de 2013

La torre de PISA


Confieso que me fascina la velocidad a la que se ruborizan ciertos rostros. A qué nivel de indignación pueden llegar a apretar ciertos puños. O en cuántas miríadas de jirones rasgan sus simbólicas vestiduras muchos de los que sin ser expertos en materia educativa, y no estar ni de cerca emparentados con ella ni con los quehaceres diarios que dicho trabajo precisa, son capaces de opinar sobre el tema, cada vez que al cumplirse el tercer año se hacen públicos los resultados de las pruebas PISA que la OCDE se encarga de realizar a estudiantes de 15 años y que sirven para comprobar el nivel educativo de los países que pertenecen a la citada organización. Es verdad que es de sobra conocido que en nuestro país, aficionados desde tiempo remoto a ese gusto por el ágora y el dictamen, cual modernos cicerones. Cualquiera con una mínima capacidad de elocuencia y don de gentes, es capaz de hacerle ver a esa masa ávida de fervor, que el asno al que acaba de incrustar la flauta en el hocico, con cada musical rebuzno, se halla a la altura del virtuosismo más absoluto. Podemos ver entonces, como incluso apoyados en la barra del bar más cercano son capaces de hacer un alto en su carajillo mañanero, apartar el fútbol o el chanchullo del curro por unos instantes, para dedicarle unas áureas palabras -mirada de soslayo y guiño al respetable incluido, ellos se lo pueden permitir- a esos problemas que atañen al presente y futuro de la Educación.

Entonces, cual altos miembros del peripato, dan comienzo a la summa retahíla de sus propuestas educativas, muchas de ellas de naturaleza empírica y otras tantas recordadas de alguien que alguna vez salió en la tele a la hora de la comida, hablando del tema. “Un buen reglazo de madera en el cogote, como en mis tiempos”… “Más horas de clase. Sábados y julio cogía yo”… “Muchas vacaciones y sueldo fijo tienen esos maestros”… “Con lo que dice mi niño que aprendía con el ordenador que le regalaron y que vendió eBay, porque el maestro ya no lo utilizaba”… y otros tantos programas electorales de bodega, que de cumplirse, más de un ateo se persignaría temiendo el fin del mundo a la vuelta de la esquina. Pero no nos vayamos tan lejos, crucemos de acera y acerquémonos a aquellos que con su discurso y desde su escaño democráticamente obtenido, presentan propuestas ideológicas sobre lo que para ellos es prioritario para la educación de nuestros jóvenes. “La Religión debe salir de las aulas, porque eso es adoctrinamiento”… “Hay que españolizar regiones”… “La lengua regional es la única lengua vehicular del ‘pseudoestado’”… “Los colegios concertados son guetos elitistas”… y otras tantas lindezas que ruborizan a los que sí estamos emparentados directa o indirectamente con la educación, por la simple razón de comprender que esos discursos no sirven para afrontar el verdadero problema de la educación en España y que tan mal se refleja en los resultados PISA de Matemáticas, comprensión lectora y conocimiento científico.

Es cierto que el actual Gobierno ha acometido una reforma necesaria de la Ley, que busca la mejora educativa fijándose en otros modelos análogos de países con altos resultados. El problema añadido a tener en cuenta, además del consabido de la demora temporal con la que se obtienen resultados, es que la cultura del esfuerzo de dichos países no es trasladable a nuestra nación de un día para otro. Además, no debemos olvidar la ausencia de compromiso, seguimiento y poca exigencia en el ámbito de algunas familias, o la más escalofriante percepción de que algunos individuos no les dan importancia a la educación ni al educador en el futuro de la sociedad, y que añadidos a las diferencias socioeconómicas, demuestran que en los hogares donde se atesora más saber, se suelen obtener mejores resultados. Por lo tanto, hay que ser consecuentes con las reformas que se realizan a largo plazo, incluir a los expertos en la materia para acometerlas, tener altura de miras y paciencia con los resultados, mirar al futuro de una nación a los ojos y no solo a la ideología afín. Porque lo peor que nos podrá pasar no será que los indicadores en las tres citadas materias no remonten, sino que no seremos capaces de cumplir con la estrategia firmada con Europa en Educación, por la que España y demás países deben alcanzar unos objetivos para 2020 y además nos encontraremos con una generación mal preparada y no competitiva de cara al mercado laboral, una vez que nuestro país salga de la crisis.



1 comentario:

  1. Me ha gustado mucho tu exposición Antonio y me sumo a ese malestar por los estereotipos incrustados desde hace años en la sociedad por la ambigüedad en la que han quedado los términos “educar” e “impartir conocimientos”.
    Ciertamente la cultura del esfuerzo en los niveles impregnados en otros países es imposible transfusionarla de inmediato al nuestro, porque hemos tomado el narcotizante camino que se pretendió más rápido para llegar al objetivo, a pesar de saber que cualquier atajo no es necesariamente el mejor trayecto y en esto, las familias hemos bajado la guardia una vez más, dejando la responsabilidad de la educación en los profesionales y desatendiendo la propia, creyendo que es suficiente lo absorbido en la escuela para que la prosperidad futura de los hijos esté garantizada, pero desconociendo el más que necesario saber de la aportación propia, del hogar, que es fundamental e insustituible. También tengo un ejemplo que no debe ser desconocido, “es más fácil que antes porque en los libros de hoy en día se lo desglosan todo”.

    Un saludo

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