miércoles, 27 de mayo de 2015

Una opinión más



En estos días de tormenta y crisis en los partidos tradicionales, y concretamente en el Partido Popular, la propia situación surgida de las urnas del pasado 24 de mayo está dando lugar a algunas acciones que, apresuradas, están haciendo mover la silla e incluso los cimientos de este partido. Quienes me conocéis sabéis que nunca he sido partidario de las Revoluciones a golpe de ira y fuego; por lo que desde mi sosegada actitud  voy a analizar las consecuencias para llegar a comprender la situación.

Partamos desde el que para mí es el comienzo de todo, el año electoral de 2011. Muchos no se acordarán bien; pero es el año del famoso 15M y del casi rescate de España por parte de la Troika que dio lugar al adelanto electoral del Presidente Zapatero.

No comprender bien estos dos hechos dio lugar, en primera instancia, a que el propio gobierno del Presidente Rodríguez Zapatero no pudiera aguantar las riendas del sector más a la izquierda del PSOE. Por lo que quienes con su abstención en la investidura de 2008 se desligaron del, por aquel entonces, Presidente del Gobierno, para posicionarse ya en 2011 a favor de ese viento de indignación del 15M, con el fin de obtener en un futuro y de cara a unos próximos comicios, rédito a favor de sus propios intereses. Y por otro lado es curioso cómo la oposición por aquel entonces, el Partido Popular, no supo gestionar la situación todo lo que hubiera debido. Y a gestionar la situación me refiero tanto a explicar bien lo que se estaba haciendo (o no haciendo) desde el gobierno socialista, como conectar más con la calle, dejando que el movimiento 15M fuera el germen de la izquierda más radical. ¿Acaso no era toda la sociedad la que por aquel entonces debería de haber estado indignada? Efectivamente, ¡sí lo era!; tanto la que se manifestaba en Sol, como la que reflexionaba de forma más silenciosa y menos asamblearia.

El aluvión de votos que se le venía encima al Partido Popular en las subsiguientes elecciones era una evidencia, por lo que no interpretar bien esos resultados y dejarse llevar por los bonitos resultados podía dar lugar a una pérdida sustancial de confianza en el partido, tal y como ha ocurrido en los últimos comicios.  Y es que hay que tener en cuenta que el aumento de votantes que comenzó en las elecciones locales y regionales de 2011 y que se consolidó en las nacionales del mismo año se debió, además del voto propio, a la movilización del voto que tradicionalmente era abstencionista dentro del arco ideológico del centro-derecha, al voto de castigo del centro-izquierda hacia el socialismo y al votante indeciso de última hora que confió en la gestión popular. Por ello podemos llegar a la conclusión de que muchos de los votos obtenidos, eran votos que podríamos denominar "prestados" o "volátiles".

Una vez llegado al Gobierno con una amplia mayoría absoluta, y tras encontrarse con la mil veces mentada "herencia recibida", así como tras sortear la intervención del Estado (otra vez más) y solicitar el rescate bancario. Se llevó a cabo una política económica de emergencia nacional no aprovechándose la ocasión de ser explicada por extenso y detalladamente, a todos los niveles y a todas las esferas de la sociedad y mostrando una empatía necesaria para un momento tan difícil. Este primer error de falta de comunicación dio lugar a que, junto con la mecha encendida el 15M, surgiera un run-run en los sectores críticos que sirvió para desarrollar el argumento de que el Gobierno no cumplía con el programa electoral. Otro error más achacable al hecho de, en algunos instantes, no se actuó con el sosiego necesario para buscar la solución más conciliadora y clara de entender para la ciudadanía.

Y entonces llegó 2013 y se destapó la corrupción. Surgió Bárcenas con sus papeles y demás casos en los que a distinto nivel se vio manchada la credibilidad del partido, tanto entre sus propios votantes, como en la sociedad (ya crítica de por sí con las medidas económicas, tanto coyunturales como estructurales, llevadas a cabo). El seísmo afectó a la comunicación interna y se perdió la credibilidad hacia algunos actantes imprescindibles dentro del partido, hecho que afectó negativamente de cara a la opinión pública por no actuarse con celeridad y de manera categórica justo en el momento en el que saltó el escándalo. Otra oportunidad más para alimentar a la oposición y no ya sólo a la del hemiciclo; sino también a esa que había nacido en 2011 al calor del 15M y que ya por aquel tiempo tenía coleta y se movía como pez en el agua entre gatos nocturnos y matinales tertulianos.

Se aproximaban las elecciones, quedaba casi un año y la situación no es que llegara a ser insostenible; pero la ansiedad se podía notar en el ambiente. En ese ambiente enrarecido se intentó buscar contra corriente al votante de cuna (a ese que entiende la política como si de un equipo de fútbol se tratase), haciendo oídos sordos al cada vez mayor hastío de propios y extraños por el noble arte de la política, herida casi de muerte por la inmundicia de la corrupción y generalizada en el imaginario social bajo la etiqueta de "la casta". Se propusieron, aprovechando la mayoría absoluta, desarrollar leyes que contentaran a ese llamado sector duro del partido sin tener en cuenta las movilizaciones de todos los ámbitos, no solo de la oposición (que cada vez iba tomando más músculo tras el varapalo electoral de 2011 y ese vagar por el desierto del casi ostracismo político), sino también de ciertos sectores internos del partido, de votantes circunstanciales y "prestados" y cómo no, de los que antes no podían; pero que dadas las circunstancias se vieron con la oportunidad, la preparación y la confianza suficiente para creer que podían... y claro que pudieron. En democracia todo se puede, y gracias.

Y llegó 2015 y el tiempo echado encima. O se estaba ya preparado para la representación o tocaba estudiar a marchas forzadas el papel para no suspender la función. Nuevos partidos, conocedores de las debilidades ajenas y fortalezas propias habían surgido en el teatro de operaciones. Y a todo lo dicho anteriormente en el desarrollo cronológico explicado, se le unió la ausencia de una marcada estrategia política de comunicación y de formación común para llegar al ciudadano más inmediato en las elecciones más importantes: las autonómicas y municipales. Llegaron los resultados y el choque con el muro de la realidad es el que ha sido.

Por ello, a partir de ahora no queda sólo reflexionar y lamentarse; sino pasar a la acción. Es el momento de apostar por el futuro, la renovación, con tiempo, con serenidad, con la ciudadanía, con el afiliado, con el votante, desde la minoría hacia la mayoría. Tal y como ha hecho cualquier ente en tiempos de cambio: reflexionar sobre los pros y los contras y llevar a cabo lo más beneficioso. No es que sea el momento de los pactos de manera perentoria; sino que esa capacidad de pacto y de consenso no se debería perder nunca en Democracia. Sólo cuando la ciudadanía se sabe partícipe de la toma de decisiones que le benefician, se halla con la capacidad suficiente para dar su confianza a aquel que le expone mejor su argumentación acerca  de la realidad y sus propuestas de futuro. La comunicación es la base de la "sociedad de la paninformación" en la que nos encontramos. No haberse dado cuenta antes de esto es un error subsanable, no querer darse cuenta a partir de ahora es un suicidio.

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