miércoles, 10 de abril de 2013

La cruz y la espada


Hace ya unos cuantos días que ha quedado atrás la Semana Santa, festividad en la que nuestras calles se engalanan para en ellas encontrarse la fe, la tradición, la cultura y el arte en las tan diversas manifestaciones que pueblan en total de nuestra geografía. Todas ellas tienen el fin común de rememorar la Pasión de Jesús de Nazaret, figura central del cristianismo y a su vez uno de los personajes más influyentes de la cultura occidental. Es ésta una época de recogimiento donde recordamos uno de los mayores actos de amor de la historia: entregar su vida, con el fin único de salvar a la humanidad; un mensaje de paz, perdón y comunión con el prójimo, que no tiene parangón en la historia de nuestra civilización. Pero también es cierto que todos los que asisten a las procesiones o actos religiosos de estos días no son creyentes, o lo son de otra confesión; pero pese a eso asisten atraídos por diversos motivos: el buen tiempo, salir a la calle, encontrarse con gente o por simple tradición. Pero ahí están, respetuosos y bienvenidos siempre, dado que uno de los principios del cristianismo es el ser una religión abierta a cualquier persona. Es por lo tanto interesante señalar que uno de los máximos principios que sostiene a la democracia, es el fundamento de una confesión religiosa que podemos considerar como mayoritaria en nuestro país.

A pesar de ello, año tras año y cada vez de manera más intransigente, nos encontramos con ciertos individuos que, miren ustedes por dónde, pertenecen a la misma ideología política: la izquierda más reaccionaria. Que durante estos días se dedican a blandir la espada de la intolerancia, tergiversando la realidad e incluso aduciendo argumentos que no se fundamentan en ningún principio de nuestro país, como es el ya archiconocido mantra social-comunista de hacer creer a la sociedad que en nuestra Constitución se refleja que España es un país laico. Falacia en primer término, sobre todo porque no es lo mismo que un país sea laico a que lo sea aconfesional, tal y como se presenta en nuestra Carta Magna. Y además, no contentos solo con promulgar por medio de sus discursos esta gran mentira, se dedican además a perseguir a mandoblazos de sectarismo a todo símbolo religioso cristiano que se encuentre en algún lugar público. Encontrándonos en algunos de ellos, comportamientos tan paradójicos como es el hecho de mandar quitar un par de crucifijos de las dependencias municipales y días más tarde salir en procesión como representante del consistorio. Mientras que, por otro lado, son capaces de convertirse en adalides de los derechos humanos, autoproclamándose los defensores de la integración de otras culturas y religiones en nuestro país.

No seré yo quien desde aquí argumente que se equivocan en el afán de hacer visible a otras comunidades religiosas o culturales más minoritarias en nuestro país que la comunidad cristiana, siempre he sido de la opinión de que todo lo que sea conocer culturas nuevas, si enriquece, es beneficioso; pero sí es verdad que se equivocan en sus formas, por enrevesadas y cicateras. Dado que es completamente paradójico que para plantear sus ideas deban crear el clima de crispación y bandos enfrentados, para que de dicho choque de trenes alguno de los dos salga perjudicado y ellos de nuevo vuelvan a aparecer, con sus archiconocidas salmodias, como la solución al problema que ellos mismos crearon. Lo peor de todo que esta estrategia, históricamente a más de uno nos es conocida; y es cuanto poco curioso ver cómo a cualquier precio intentan hacer prevalecer su "libertad de opinión", menospreciando a una religión fundamental para la comprensión de la historia y el futuro de Occidente y de Europa, tanto, que solo les pido que comparen la bandera de la Unión Europea con la corona de la Virgen del octavo día de diciembre.


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