Hace ya unos cuantos días que ha quedado atrás la Semana
Santa, festividad en la que nuestras calles se engalanan para en ellas
encontrarse la fe, la tradición, la cultura y el arte en las tan diversas
manifestaciones que pueblan en total de nuestra geografía. Todas ellas tienen
el fin común de rememorar la Pasión de Jesús de Nazaret, figura central del
cristianismo y a su vez uno de los personajes más influyentes de la cultura
occidental. Es ésta una época de recogimiento donde recordamos uno de los
mayores actos de amor de la historia: entregar su vida, con el fin único de
salvar a la humanidad; un mensaje de paz, perdón y comunión con el prójimo, que
no tiene parangón en la historia de nuestra civilización. Pero también es
cierto que todos los que asisten a las procesiones o actos religiosos de estos
días no son creyentes, o lo son de otra confesión; pero pese a eso asisten atraídos
por diversos motivos: el buen tiempo, salir a la calle, encontrarse con gente o
por simple tradición. Pero ahí están, respetuosos y bienvenidos siempre, dado
que uno de los principios del cristianismo es el ser una religión abierta a cualquier
persona. Es por lo tanto interesante señalar que uno de los máximos principios
que sostiene a la democracia, es el fundamento de una confesión religiosa que
podemos considerar como mayoritaria en nuestro país.
A pesar de ello, año tras año y cada vez de manera más intransigente,
nos encontramos con ciertos individuos que, miren ustedes por dónde, pertenecen
a la misma ideología política: la izquierda más reaccionaria. Que durante estos
días se dedican a blandir la espada de la intolerancia, tergiversando la
realidad e incluso aduciendo argumentos que no se fundamentan en ningún
principio de nuestro país, como es el ya archiconocido mantra social-comunista
de hacer creer a la sociedad que en nuestra Constitución se refleja que España
es un país laico. Falacia en primer término, sobre todo porque no es lo mismo
que un país sea laico a que lo sea aconfesional, tal y como se presenta en
nuestra Carta Magna. Y además, no contentos solo con promulgar por medio de sus
discursos esta gran mentira, se dedican además a perseguir a mandoblazos de
sectarismo a todo símbolo religioso cristiano que se encuentre en algún lugar
público. Encontrándonos en algunos de ellos, comportamientos tan paradójicos como
es el hecho de mandar quitar un par de crucifijos de las dependencias
municipales y días más tarde salir en procesión como representante del
consistorio. Mientras que, por otro lado, son capaces de convertirse en
adalides de los derechos humanos, autoproclamándose los defensores de la integración
de otras culturas y religiones en nuestro país.
No seré yo quien desde aquí argumente que se equivocan en el
afán de hacer visible a otras comunidades religiosas o culturales más
minoritarias en nuestro país que la comunidad cristiana, siempre he sido de la
opinión de que todo lo que sea conocer culturas nuevas, si enriquece, es beneficioso;
pero sí es verdad que se equivocan en sus formas, por enrevesadas y cicateras. Dado
que es completamente paradójico que para plantear sus ideas deban crear el
clima de crispación y bandos enfrentados, para que de dicho choque de trenes alguno
de los dos salga perjudicado y ellos de nuevo vuelvan a aparecer, con sus archiconocidas
salmodias, como la solución al problema que ellos mismos crearon. Lo peor de
todo que esta estrategia, históricamente a más de uno nos es conocida; y es
cuanto poco curioso ver cómo a cualquier precio intentan hacer prevalecer su "libertad de opinión", menospreciando a
una religión fundamental para la comprensión de la historia y el futuro de Occidente y de Europa, tanto, que solo les pido que comparen la bandera de la Unión Europea
con la corona de la Virgen del octavo día de diciembre.
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