Muchos días, al arrullo de las tardes tranquilas que pueblan
la primavera, suelo recordar aquellas clases de Literatura Medieval donde me explicaban,
entre otras curiosidades, como en dicha época cualquier signo de la naturaleza solía
ser interpretado, dado el alto nivel de superstición que imperaba en dicha
sociedad, como una señal o pronóstico de un hecho futuro. Vienen a enlazar con
tales recuerdos de mi memoria, los versos del comienzo del Cantar de Mío Cid en el que se narra que Rodrigo Díaz junto con su
mesnada, a la salida de Vivar tuvieron la
corneja diestra, y a la entrada de Burgos tuviéronla siniestra. Este volar
de aves, dependiendo de la zona en la que el pájaro lo hacía, presagiaba, en el
lado derecho, que los hechos futuros iban a ser propicios; mientras que si el
volar se realizaba por la parte izquierda, era símbolo de mal agüero. Y es que
en aquella época hasta el vuelo o el canto de las aves servía, como os
comentaba, para presagiar el devenir del futuro.
Pero los tiempos han cambiado y aunque, todavía continúa
habiendo mucha gente en la que el nivel de superstición alcanza cotas
inusitadas, lo normal suele ser dilucidar el futuro por otros medios, como el
razonamiento lógico; pese a que siga imperando en el tiempo por venir su carácter
impredecible. Ahora bien, es verdad que últimamente, en lo que podríamos
denominar como modernos pájaros de mal agüero; nos encontramos, en ciertas
personas y actos, con esos indicios que vaticinan siniestros acontecimientos imaginables.
¡Y qué casualidad! Son en este caso pájaros que se agrupan en bandada por el
ala izquierda de las ideas, donde anidan y desde donde se abaten rasantes e
ideologizados contra todo aquel que no vuele por su corriente. Y no es ya que
se conviertan en oráculos de suposiciones que declinan hacia un futuro; sino
que tejen el presente a su antojo para así, con el devenir del tiempo, tender
esas redes nada casuales, con las que atacar al contrario y seguir manejándolo
todo caprichosamente. Aún podemos recordar cuántas veces se les indicó desde el
ala opuesta, que las acciones que acometían no llevaban a buen puerto, y pese a
que se dieron varias veces de bruces con la realidad más atroz, seguían aventurándose
ya por inercia a aplicar esa “política del embrague” consistente en meter la pata en primer lugar, para luego, con afán de ganar tiempo de cara a las
elecciones, realizar los cambios que fuesen oportunos, maquillando en lo
posible el estropicio realizado.
La gran política, y menos en los tiempos que corren, no
necesita de experimentos con los que contentar al "cortoplacismo" de unos
resultados electorales que perpetúe en el poder a un dilatado tiempo impedidor del
destape de ese truco, con trampa y cartón argumentativa, sobre el que
construyeron una falsa realidad, endeble como la vida de una burbuja de jabón.
La política en nuestro tiempo necesita de ese dirigir la mirada hacia el futuro
prometedor que podemos y debemos alcanzar, dejando bien claro qué es lo que
dejamos atrás y a quién se debe la actual situación. Dado que el olvido del
origen de esta historia reciente, podría llevar a la sociedad a dejarse guiar por
el vuelo de esos pájaros de mal agüero, o peor aún, depositar su confianza
en aquel que diga que un pájaro le silbó al oído las recetas del éxito para el
futuro.
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