martes, 2 de abril de 2013

Educación para la Democracia



Todos los días, desde esos templos del saber que son las aulas de los centros docentes de nuestro país, los maestros y profesores nos dedicamos a enseñar a nuestros alumnos las grandes disciplinas académicas, que les servirán para estar bien preparados para cuando les llegue ese momento futuro en el que deban afrontar su vuelo libre en nuestra sociedad. Desde el primer día en el que se matriculan en esa nueva vida de aprendizaje continuo, son sus propias familias las que aceptan complementar en sus hijos la formación impartida en los hogares, con la de los contenidos de las diversas materias que forman el currículo académico, por medio de profesionales instruidos para tal fin. Ambas partes son igual de importantes en ese proceso de enseñanza y aprendizaje que es la vida diaria de cada joven, si la acción que lleve a cabo una de ambas no se ve complementada y/o fortalecida por la otra, más temprano que tarde llegarán a confrontar ambos ámbitos de enseñanza perjudicando al discente y al éxito de su futuro. Quizá este sea un terreno en el que la sociedad esté cada vez más concienciada, dado que los niveles de escolarización de los jóvenes en nuestro país son cercanos al 100% y semana tras semana podemos comprobar cómo los padres y madres de nuestros alumnos se interesan por la educación de sus hijos acudiendo a las reuniones de tutoría.

El problema surge cuando nuestros jóvenes aprendices, que absorben cual esponjas cualquier información que les rodea, ya sea por medio de su experiencia personal o por medio de los medios de comunicación; captan acciones perjudiciales para la sociedad democrática sin que nadie les advierta de que adoptar tales comportamientos en el futuro condicionará su vida de manera negativa, y por ende, será pernicioso para toda la sociedad. Me refiero concretamente a que no podemos dejar a nuestros jóvenes desamparados en una sociedad que se ha llegado a mostrar hasta orgullosa de aquellos individuos, tanto públicos como anónimos, que fueron o son capaces de enriquecerse por medio del fraude a la Administración Pública del Estado; o en una sociedad donde los representantes de los trabajadores no rechistaron ante la subida alarmante de parados, mientras los subvencionaron para alcanzar la paz social, pero que cuando el signo político cambió salieron en tromba contra el gobierno, como si no hubiera mañana; o en una sociedad donde se cuestiona, simplemente por acracia injustificada, cualquier poder público ya sea legislativo, ejecutivo y judicial amparándose en falacias tales, como que en democracia prevalecen los derechos del ciudadano, frente a las obligaciones sociales que éste deba tener, cuando todos sabemos que la sociabilidad se fundamenta en la equidad de ambos; o en una sociedad en la que por medio del señalamiento público se trate de amedrentar a cualquier persona, simplemente por pensar o tener una opinión distinta.

Ni el futuro de nuestros jóvenes, ni el futuro de nuestro país se merecen tan oscuro porvenir; sobre todo porque si hoy aceptamos estas actitudes, ¿hasta dónde no será capaz de llegar tal círculo vicioso de ignominia? Por tal razón, no es que nos competa solo a los centros educativos, o a las familias, o a los poderes fácticos, o a las instituciones legales comenzar a predicar por medio del ejemplo; sino que tal competencia debe ser asumida por toda la sociedad al unísono; dado que, solo así seremos capaces de hacer madurar a nuestra sociedad, otorgándoles a nuestros jóvenes una inquebrantable Educación para la Democracia.


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