Todos los días, desde esos templos del saber que son las
aulas de los centros docentes de nuestro país, los maestros y profesores nos
dedicamos a enseñar a nuestros alumnos las grandes disciplinas académicas, que
les servirán para estar bien preparados para cuando les llegue ese momento
futuro en el que deban afrontar su vuelo libre en nuestra sociedad. Desde el
primer día en el que se matriculan en esa nueva vida de aprendizaje continuo,
son sus propias familias las que aceptan complementar en sus hijos la formación
impartida en los hogares, con la de los contenidos de las diversas materias que
forman el currículo académico, por medio de profesionales instruidos para tal
fin. Ambas partes son igual de importantes en ese proceso de enseñanza y
aprendizaje que es la vida diaria de cada joven, si la acción que lleve a cabo
una de ambas no se ve complementada y/o fortalecida por la otra, más temprano
que tarde llegarán a confrontar ambos ámbitos de enseñanza perjudicando al
discente y al éxito de su futuro. Quizá este sea un terreno en el que la
sociedad esté cada vez más concienciada, dado que los niveles de escolarización
de los jóvenes en nuestro país son cercanos al 100% y semana tras semana
podemos comprobar cómo los padres y madres de nuestros alumnos se interesan por
la educación de sus hijos acudiendo a las reuniones de tutoría.
El problema surge cuando nuestros jóvenes aprendices, que absorben
cual esponjas cualquier información que les rodea, ya sea por medio de su
experiencia personal o por medio de los medios de comunicación; captan acciones
perjudiciales para la sociedad democrática sin que nadie les advierta de que adoptar
tales comportamientos en el futuro condicionará su vida de manera negativa, y
por ende, será pernicioso para toda la sociedad. Me refiero concretamente a que
no podemos dejar a nuestros jóvenes desamparados en una sociedad que se ha
llegado a mostrar hasta orgullosa de aquellos individuos, tanto públicos como
anónimos, que fueron o son capaces de enriquecerse por medio del fraude a la Administración
Pública del Estado; o en una sociedad donde los representantes de los
trabajadores no rechistaron ante la subida alarmante de parados, mientras los
subvencionaron para alcanzar la paz social, pero que cuando el signo político
cambió salieron en tromba contra el gobierno, como si no hubiera mañana; o en una
sociedad donde se cuestiona, simplemente por acracia injustificada, cualquier
poder público ya sea legislativo, ejecutivo y judicial amparándose en falacias tales,
como que en democracia prevalecen los derechos del ciudadano, frente a las
obligaciones sociales que éste deba tener, cuando todos sabemos que la
sociabilidad se fundamenta en la equidad de ambos; o en una sociedad en la que
por medio del señalamiento público se trate de amedrentar a cualquier persona,
simplemente por pensar o tener una opinión distinta.
Ni el futuro de nuestros jóvenes, ni el futuro de nuestro
país se merecen tan oscuro porvenir; sobre todo porque si hoy aceptamos estas actitudes,
¿hasta dónde no será capaz de llegar tal círculo vicioso de ignominia? Por tal
razón, no es que nos competa solo a los centros educativos, o a las familias, o
a los poderes fácticos, o a las instituciones legales comenzar a predicar por
medio del ejemplo; sino que tal competencia debe ser asumida por toda la
sociedad al unísono; dado que, solo así seremos capaces de hacer madurar a
nuestra sociedad, otorgándoles a nuestros jóvenes una inquebrantable Educación
para la Democracia.
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