Hoy me toca comer fuera. Alguna vez que otra, bien por falta
de tiempo o bien por romper con la rutina de la comida solitaria en casa, me
gusta visitar alguno de los muchos bar-restaurant que pueblan la geografía
española, en los que además de disfrutar de viandas y platos caseros de calidad
y consistencia contrastada, válidos para saciar el apetito del trabajador
español a la hora del almuerzo, y proporcionarle el vigor suficiente para, en
muchos casos, poder proseguir con su jornada laboral; sirven para pulsar ese
latido de la sociedad tan nuestro a la hora de la comida. La escena quizá les
sea conocida. Típico mesón andaluz, suelo con alguna que otra arrugada servilleta
de papel, amplia barra de acero inoxidable, y tras ella una muchacha que después
de sus horas correspondientes en el instituto, coincidiendo con la hora de la
comida, va a echarles una mano a sus padres, dueños del local, para cobrar los
menús y preparar los cafés. Mientras, la madre, con una precisión de reloj suizo, se
afana en la cocina en la preparación de los platos; y el padre, con una
velocidad pasmosa, se esmera por no perder ni un minuto en hacer que las
comidas lleguen ordenadas al respetable. Conjunto digno del mayor galardón en
calidad, sincronización y trabajo de equipo, y encima, con un miembro menos,
por caerse de la moto. Nada grave, para la vez próxima aprenderá a no hacer el
ganso con la dos ruedas por las cuestas.
La zona de las mesas, que en otros sitios recibiría el
nombre salón o reservado, dependiendo del precio del cubierto, aquí se utiliza,
con su marquesina de madera de separación con el resto del local, para ubicar
el comedor a ciertas horas y para recibir a los aficionados al deporte rey a
otras tantas, haciéndolo coincidir en todas ellas con un incombustible
televisor tamaño pared, cuya programación se alterna entre las noticias o el
fútbol. Como no es menos de esperar, es la hora de la comida, y válgame el
cielo, tocan noticias. Me siento con la musiquilla del sumario, abre la comparecencia
de la ex Ministra socialista Magdalena Álvarez ante la juez Alaya por presuntos
delitos de prevaricación y malversación en la investigación de los ERE falsos
de la Junta de Andalucía, noticia que se complementa con las nuevas detenciones
llevadas a cabo por la Guardia Civil en el marco de la investigación y tras
anunciarlo la locutora… ¡zas! Golpe en una de las mesas en las que hay sentados
dos señores enfundados en su mono azul electricista. “¡Te lo dije Manolo, que
todavía caen más. Ya hasta sindicalistas!” –le espeta uno al otro en tono de
indignación y clarividencia–. Parece que un espectáculo de irritación contenida
va a dar comienzo en una de las mesas cercanas, y aprovechando que el comedor
no está lleno, creo, que entre el tintineo de platos y el bullicio contenido,
podré pegar la oreja discretamente a su conversación. Siguiente noticia: La
OCDE sitúa a los adultos españoles en el último lugar en competencia matemática
y lectora. “¡Ale, encima de que nos roban, somos los más tontos del mundo!
Normal, así nos va.” –esta vez no hay golpe, pero el codazo al compañero no
falta–. El comentario del resto de las noticias del sumario no levanta tanta
expectación en el vecino comensal; parece que con esos dos platos habrá
suficiente para comer.
Llega la ampliación de las noticias del sumario y entonces,
a sus postres, que coincide casi con la llegada de mi primero comienza un lúcido
monólogo digno del mejor sociólogo. Donde le argumenta a Manolo, silencioso
éste en todo momento, que tras tanto proclamar la izquierda a los cuatro
vientos, que los que robaban en España eran los “señoricos” y que Andalucía
estaba tan atrasada a causa de que las políticas de izquierdas las tumbaban en
Madrid los gobiernos de derechas, a él ya se le ha caído la venda. Que de
siempre su familia había sido socialista; pero que tras ver cómo dejó el país
“el de las cejas”, cambió su voto; y que ahora que se está descubriendo todo lo
que han hecho en Andalucía, no se lo pensará para las próximas. Que quizá hayan
cambiado de presidente los socialistas, pero que ha leído por ahí que lo hace
para que no lo pillen y lo meta en el trullo esa jueza que los tiene bien
puestos, y que si él fuera ella andaría con cuidado, porque aquí en Andalucía
los bandoleros ya no van con caballo ni trabuco, sino con coche oficial y traje.
Y que ya está bien de que haya tontos en esta tierra, que la política no es
como el fútbol, del Madrid o del Barsa hasta la muerte; que lo que tienen que
hacer los jóvenes es estudiar para que no los engañen; y si la educación no da
resultado, entonces que la cambien; a no ser que no quieran porque así es más
fácil de manejar al personal. Es curioso el discurso que se está marcando y en
mi embeleso por prestarle atención, intentando éste buscar al camarero se ha
percatado de que lo estaba escuchando, y ante su atenta mirada me dirige unas
palabras: “Y usted, que me han dicho que es maestro, porque en un pueblo tan
chico todos nos conocemos, luche porque los jóvenes salgan con una buena
educación”. Ante lo que yo, orgulloso de sus palabras y ni corto ni perezoso,
dirijo dos dedos de mi mano a mi frente, a modo de saludo y le respondo:
“Amén”.
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